Con un escalofrío se presentía entonces el amor fugitivo como un trovador, bello de lazos y de cintas, que, junto a un cenador donde una tea alumbra, bajara por la escala del desmayado cuerpo de la infanta al par que entre la fronda el ruiseñor perfuma de armonía la noche. Erraba en las almenas un vago suspirar de abandonados velos, de cabelleras lánguidas flotando en los estanques, y un ajimez quedaba solo frente a la luna adormecida por el laúd de los besos.

(Pablo García Baena)

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