En un pequeño recinto descansa
el conde de Orgaz finado,
y tras él, dibujó El Greco pintor
sobrios colores de mantos dorados.
Entre la tierra y el cielo
encantado anheló el pincel,
sueños de santos alados
ante serios caballeros armados.

Las manos sosteniendo un cuerpo
en los aledaños de la ciudad,
de un ánima que no sabía dónde
debía trasladar al difunto conde.
Lápida blanca de duro mármol
jamás pensó semejante marco,
vuela su esencia al etéreo azul,
exquisito de estrellas toledano.

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