Cuando sus aceros chocaron por primera vez, la lamparilla se apagó y la calle quedó sumida en la oscuridad. Al separarse ambos contendientes como dudando qué hacer, el farolillo volvió a brillar. Parecióles extraño lo ocurrido, pero dado el sentimiento que les embargaba, decidieron continuar el combate. Cuando las armas volvieron a tocarse nuevamente, tornó a producirse el mismo fenómeno en la lamparilla del Cristo; y cuando se separaron, la luz volvió a encenderse sola. Dieron una explicación no muy convincente ni verosímil al hecho y decidieron continuar la pelea

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