La bella hebrea lloró desconsoladamente junto al pozo cuyas aguas, testigos de tantos momentos de felicidad, recibieron aquellas amargas lágrimas como testimonio de dolor y penas infinitas. Así, noche tras noche, Raquel derramaría sus lágrimas sobre las aguas del pozo, que, incomprensiblemente, se tornaron tan amargas como la hiel.

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